Escribo, borro. Escribo, borro. Escribo, borro. Escribo, borro. Así durante demasiados compases. Si Sabina no ha podido escribir la canción más hermosa del mundo y se quedó sólo en el "yo quería", ¿cómo voy a poder yo? Este verano con sabor a otoño nunca sé que hora es, pero siempre acabo en la barra del bar que hace esquina, sentada delante de un café que se enfría mientras lucho contra las tormentas que provocan inundaciones de nostalgias varias en mi cabeza. ¿Qué más da? Sólo tengo una guitarra desafinada, un cuadernos lleno de rimas que no riman y una camiseta escondida debajo de la cama que hace años que no huele a ti, pero ahí sigue. Igual que yo puedo seguir con mis rimas que no riman toda la vida sin llegar nunca a encontrar lo que quiero decir.
Entonces Janis Joplin canta desde el tocadiscos All is loneliness y ya está. No hace falta que busque más.
Todo es soledad.
Y yo me saco el hielo de los ojos y se lo echo al café. Pienso que los cafés con hielo, como las bicicletas, son para el verano.
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