10 jun 2013

Que sigues perdiendo los papeles cuando te sonríe desde la otra esquina del bar, dejando escapar en un suspiro todo lo que nunca hubo. Como si no hubieran pasado los años, te encuentras buscando sus ojos detrás del humo del cigarro, y los recuerdas rojos e hinchados, pequeños y asustados, grandes y enamorados. Recuerdas las ganas, los escalofríos en la nuca. Las mañanas frías, los abrazos que dejan marcas en la piel de por vida, su olor trepando por tu nariz como cocaína. La locura de perderte entre su falda del colegio. Todas las promesas que no te dejaron cumplir.
Con los corazones demasiado niños para tantos latidos.
A la tercera copa, te acuerdas de todo menos de la última vez que te dijo no. Lo dejamos para otro verano, como si fuera sencillo. Y volaron los veranos como vuelan los aviones que la alejan, como vuela el tiempo cuando no quieres que vuele. Cuando estás con ella, cuando todo pesa.
Y llega otra vez el puto invierno en plena primavera.
Tu cabeza tropieza mientras se hace un peta y te habla de la vida lejos del mar, de las ciudades que piensa asaltar, de los chicos de la capital. De cómo sobrevivió al naufragio y no le dolieron más amaneceres. Que se volvió a enamorar y le salió mal. Y otra vez su sonrisa, tu enemiga en esto de ganarte la vida. Su nombre grabado a fuego en ese lugar donde nadie consiguió entrar.
Y otra vez contar hasta tres, respirar, resetear.

Que eres el único que de verdad la quiso. Que de verdad esperó, que de verdad perdió.
En la última calada, con eso que llaman alma al borde de la redención, se te escapó un "Olvídame tú primero, que yo no puedo". Y algo se rompió en silencio, empezaba a amanecer.

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