Caminante no hay camino, se hace camino al andar.
Como en esa fábrica donde sonaba tu voz entre madera desgastada por los años. Madera granate en las paredes, olor a café y de noche alguna comida.
Corazón de madera no, pero sí granate. Corazón de hombre sabio y fuerte, con voz azul donde las haya, con esa sonrisa tras la oficina con la que te encendías cada mañana y cada tarde.
Hombre enamorado de una mujer y padre enamorado de su niña, con golpes de la vida a cuesta, pero siempre feliz.
Conocido en cada calle y querido en cada mueble que vendía. Afable y cortés en cada trato despreocupado. De huesos frágiles a pesar de fuerza de corazón, y con la cabeza siempre llena de pájaros y de sueños por cumplir.
Que mañana es sólo un adverbio de tiempo, y que mañana estaré contigo a pesar de todas las orejas peleonas.
Hombre de ojos marrones achinados, barba y pelo castaño oscuro, camisa descamisada y canción que pudo, y no fue.
Que como decía Serrat, por fría que fuese mi noche triste, no eché al fuego ni uno sólo de los besos que me diste. Que por ti brilló mi sol un día, y cuando pienso en ti brilla de nuevo, sin que lo empañe la melancolía de los fugaces amores eternos.
Firmado golpe a golpe, verso a verso: El otro amor de tu vida, tu pequeña, que se hace mayor.
Lo juro por mi pellejo, para mi Dios, es mi viejo.
Te amo y feliz día.
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